“Allí donde parecía prohibitivo la existencia de la vid, el hombre consiguió crear el viñedo para el mejor vino (el Txakolí)” (parte II)
Las comarcas de Aiaraldea, Alto Nervión, Zuia y Valdegovia, así como otras del viejo Señorío de Bizkaia e incluso las del cercano valle burgalés de Mena, aparecen mencionadas en diversos documentos, algunos muy tempranos, en relación con el término vineas (viñas).
Lo curioso del asunto es que todas ellas se hallan enmarcadas en áreas poco o nada favorables al cultivo de la vid y, por lo tanto, a la capacidad que se le supone a esta planta de producir uvas maduras apropiadas para la fabricación de vino. De esto mismo se extrañaba ya el Santo Isidoro de Sevilla cuando en sus Etimologías –obra altomedieval de los primeros años del s. VII y compendio enciclopédico del saber de su tiempo– declaraba:
“…allá donde la niebla o la humedad general o terreno estéril o rocoso parecían hacer
prohibitivo la existencia de la vid, allí el hombre consiguió crear el viñedo para el mejor vino”.
Y es que seguramente ese hombre recio, adusto y sufrido del medioevo hubo de componérselas para lograr que esa cepa, amante del calor mediterráneo, arraigara con éxito en los húmedos y sombríos terrenos del norte peninsular, resistiendo a los largos días de lluvia, a los hielos del invierno y a la vaporosa niebla de los macizos montañosos.
Un hombre duro y rudo, pero a la vez manso y temeroso, que aprendía a gobernar la nave de la subsistencia a fuerza de caer una y mil veces en la enfangada miseria de su tiempo. Sin duda alguna tuvo que ser paciente y sacrificado para ofrecer a la vid todo el amor y el cuidado que necesitaba para dar su fruto, buscando la calidez del sol en laderas orientadas al sur, en pos de esa tibieza y luz que el norte húmedo y sombrío negaba con crudeza.
LA VID EN LA DOCUMENTACIÓN MEDIEVAL
Podríamos decir que es bastante numerosa para Euskal Herria la documentación existente sobre viñas y vino en la Alta y Baja Edad Media. Cartularios y becerros como los de San Millán de la Cogolla, Valpuesta, Eslonza y Oña, las Fuentes Documentales Medievales del País Vasco y las abundantes ordenanzas municipales contienen una gran riqueza de referencias sobre el cultivo de la vid en nuestros territorios históricos. Por motivos geográficos, nos vamos a referir en el presente trabajo, sobre todo, a la histórica Tierra de Ayala y a la hoy denominada Cuadrilla de Ayala o Aiaraldea, principal enclave de la actual denominación “Chacolí de Álava” y objeto de nuestro estudio, pero sin olvidarnos de Valdegovia, en el occidente alavés, ni de los valles de Losa y Mena, integrados en la burgalesa comarca de las Merindades.
Tierras todas ellas de referencia insoslayable a la hora de examinar los primeros documentos escritos, de época altomedieval, con mención explícita al cultivo de la vid y al vino tanto para el ámbito vasco como para las regiones cantábricas del norte peninsular.
En este sentido, las fuentes documentales provienen, principalmente, de los diplomas y actas procedentes de los cartularios de los monasterios de Valpuesta y San Millán, publicados y ampliamente estudiados por filólogos e historiadores, de entre los que cabe destacar la figura de Saturnino Ruiz de Loizaga, quien ha aportado interesantí-simas investigaciones sobre la vida monacal y religiosa en el occidente alavés, incluido un magnífico estudio sobre el cultivo de la vid en la misma comarca y en el que, obviamente, nos apoyamos a la hora de hacer nuestro trabajo.
El siglo VIII se caracterizó por la progresiva aparición de asentamientos campesinos estables, pero también por el afán fundacional de monasterios e iglesias por parte de obispos y abades para ir ganando cotas de poder en unos territorios de frontera –caso del occidente y norte alavés: zonas de Valdegovia y Aiaraldea– que, a pesar de lo que la documentación a querido dejar entrever, no estaban ni tan desocupados de población, ni tan abandonados a su suerte, ni tan desamparados como se ha dicho en repetidas ocasiones. De hecho, cuando el abad Pablo “adquiere” tierras para el recién fundado monasterio de San Martín de Losa, se citan, entre ellas, siete viñas cercanas a Tovillas,
documentadas hacia el 872: “Et VII vineas in loco qui dicitur Larrate, iuxta vineas de Tovillas”; pero, no sólo se habla de viñas, sino también de molinos, dehesas y sernas, es decir, campos de labor y tecnología “aprehendidos” por haber sido abandonados recientemente. Abades como Avito, Vítulo y Pablo hicieron suyo aquel yermo mediante la pressura –ocupación de tierras libres–, y lo poblaron y cultivaron con la ayuda de sus seguidores.
A este respecto, los documentos son extremadamente claros sobre la despoblación que parece abrumar las tierras de Valdegovia, Tobalina, Losa y Mena, y callan –creemos que intencionadamente– cualquier mención a otro tipo de presencia humana en la zona, sobre todo de población indígena que, como ha demostrado la arqueología, sí existía en aquellos siglos. Así, Iñaki G. Camino es rotundo en este sentido:
“La ocupación altomedieval de los castros de Lastra o de las villae de Valluerca y Villamanca con quienes el abad Avito, al fundar el monasterio de Tobillas, tuvo que compartir bienes públicos a través de su participación en una comunidad de pastos, es la prueba de la existencia previa de unas aldeas que percibían como propio un espacio organizado y explotado territorialmente”.
Sin embargo, el abad Avito declaraba haber “aprehendido” fundos, casas, iglesias y ganados “sin dueño” en Villamanca y Valluerca, entre otros, además de haber pactado con sus gasalianes o subordinados para que lo poblaran y cultivasen. Hay más ejemplos que, como éste, pueden llegar a falsear un tanto la historia sino echamos mano de otras ciencias.
En este sentido, la arqueología se hace totalmente imprescindible para confirmar o desautorizar lo que los documentos nos cuentan, además de para tratar de llenar las carencias de esa misma historia documental