MUCHO HABLAR DE TXAKOLI, PERO CUALES SON SUS LOS ORÍGENES (PARTE I)
Sabemos, por los estudios de arqueología medioambiental y arqueo-botánica realizados con los restos de plantas que se han conservado en distintos yacimientos, que es durante la Edad del Hierro (en el primer milenio a. de C.), o en época romana, cuando se documentan, por vez primera en Euskal Herria, frutos tan comunes hoy como la uva, el higo, la oliva, el melocotón, la ciruela o la guinda. Precisamente, la vid, el olivo y la higuera debieron ser de los primeros frutales en ser domesticados, quizá junto al manzano, ciruelo, cerezo y peral.
Las técnicas para acometer dicha domesticación, proporcionadas por la arboricultura, surgieron, como no podía ser de otra manera, en Oriente Próximo, algunos miles de años después de la gran revolución que supuso para la dieta humana el inicio de la agricultura cerealista.
La arboricultura se extendió y desarrolló ampliamente en todo el ámbito mediterráneo de la mano de los romanos. De esta forma, hemos podido seleccionar desde entonces aquellos árboles de buenos frutos y duplicarlos para nuestro beneficio mediante la reproducción de clones.
El consumo de muchos de estos frutos por parte del ejército romano y la generalización del comercio tras la pacificación debió de influir en la propagación de los mismos, tal y como se ha constatado en el yacimiento del Irun romano, donde se ubicaba la zona portuaria, conocida hoy como la calle Santiago. La vid –Vitis vinifera– estaba presente entre aquellos productos llegados al puerto de la antigua Oiasso, aunque es realmente difícil saber si las pepitas encontradas corresponden a plantas cultivadas en el ámbito vasco o a uvas importadas mediante el comercio.
La definición de la uva nos lleva a describirla como un fruto carnoso en forma de baya ovoide o esférica que guarda en su interior entre tres y cuatro semillas. Los botánicos no tienen problemas a la hora de identificarla respecto a otras especies, pero no es tan clara esta distinción cuando se trata de diferenciar la subespecie doméstica de la silvestre. Se suele considerar que las semillas de pequeño tamaño, desprovistas de pico y, por lo tanto, más redondeadas en su contorno, pertenecen a la vid silvestre, mientras que las pepitas más grandes y alargadas, terminadas en pico, corresponderían a la vid cultivada. En este sentido, cabría destacar un dato que Nos aporta el yacimiento neolítico de Los Cascajos, en la Navarra del valle del Ebro. Este lugar de habitación al aire libre se caracteriza, entre otras cosas, por haber proporcionado el hallazgo más antiguo para todo el norte de la península Ibérica de una semilla de uva silvestre (Vitis sylvestris), probablemente recolectada por el grupo humano que allí habitó para su propio consumo, datada alrededor del 5.000 a. C. Con anterioridad, y también en la zona de La Ribera del Ebro, concretamente en el poblado de la Edad del Hierro de Cortes de Navarra, se había encontrado ya un macrorresto de vid. La vid silvestre es una especie que se desarrolla de manera natural en todo el ámbito mediterráneo, lo cual no es óbice para su adaptación a regiones climáticas más exigentes, ya que tolera mejor el frío y la humedad que el olivo. Así, la Vitis vinífera subespecie sylvestris colonizó desde muy antiguo amplias zonas del atlántico peninsular.
Si miramos a Europa, no obstante, encontramos vid silvestre en Francia desde época mesolítica, aunque su domesticación como cultivo no ha podido documentarse hasta la Edad del Hierro, introducida probablemente por colonos griegos asentados en la zona mediterránea de la Costa Azul. Griegos fueron también los colonizadores de la tarraconense Ampurias, los mismos que desde el s. V a. C. extendieron el cultivo de esta planta, conocida en su estado silvestre al menos desde el Neolítico, tal y como hemos visto con anterioridad.
En lo que respecta a la vertiente atlántica, se han identificado dos granos de polen de Vitis en el estuario del Bidasoa, fechados en el 2700 antes del presente. Sin embargo, semillas de vid como tales no se han documentado hasta el s. I después de Cristo, relacionadas con actividades comerciales en el puerto de Oiasso, la actual Irun.